Barnekiak

Descripción

Quiero invocarlo, pero no consigo encontrar la forma de que se me presente cuando yo quiero. Aparece en circunstancias diversas y no logro saber si busca momentos o lugares concretos para mostrarse ante mí. Se manifiesta de muchas maneras pero la voz no es una de ellas. Lo que nunca cambia es su sombra.

Recibo una llamada de un número que no conozco. Cosas burocráticas. Mientras respondo al teléfono dibujo distraídamente, garabateo sobre el cuaderno de apuntes. Dos orejas alargadas que apuntan hacia arriba, redondas, y dos grandes ojos negros ovalados. Tiene el cuerpo de un perro de peluche y el ano estrellado. La cola es parecida a las orejas y también apunta hacia arriba. Siempre sonríe mientras me mira, y me mira siempre.

No es la primera vez que lo dibujo, pero desde esa llamada se me presenta constantemente en forma de ser. Es decir, ha cobrado cuerpo. Nunca he llegado a tocarlo y cuando le hablo, desaparece. Sólo se deja observar.

He decidido intentar ponerme en contacto con él y ser yo quién decida cuándo se celebran nuestros encuentros. Recupero el número de teléfono con el que hablé la primera vez que le vi, justo después de dibujarle. Llamo y cojo la misma libreta, repito el proceso como si el ritual lo activase. Nada.

Está vivo, siempre tiene el mismo gesto y apenas se mueve. Aunque decir que no se mueve no sería correcto, puesto que no siempre aparece en el mismo sitio, se desplaza. Las visitas comenzaron de día durante mis rutinas más férreas: hacerme el café, poner el lavaplatos, sacar a los perros. Ocurre dentro y fuera de casa. Siempre se encuentra a una distancia prudencial, unos tres metros o así, y aunque no lleve las gafas puestas puedo percibir cómo su pecho palpita ligeramente. No obstante, su gesto es siempre inmutable.

Registro mis movimientos a conciencia. Me pongo un café manipulando la cafetera con precisión. Paseo a los perros contando los pasos, me lavo la cara con una rutina coreana escrupulosamente estudiada. Ni rastro del ser.

Cuando termina la llamada observo el resultado de mi garabato, las líneas vibran con el gesto ágil del lápiz. He dibujado a este personaje muchas veces pero es la primera que relleno sus ojos de negro. Me gusta el resultado porque tiene una profundidad especial. Aún sostengo el lapicero, me doy cuenta de que me he manchado el canto de la mano de gris, de haber emborronado el papel difuminando las sombras del ser. Un poco más abajo del muñeco firmo con el nombre que he decidido darle: Pippeto.

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